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jueves, octubre 08, 2009

Neoliberalismo: auge y miseria de una lámpara maravillosa

por Armando Fernández Steinko

El neoliberalismo que ahora se desploma ha sido una maquinaria casi imbatible para la distribución del excedente de abajo a arriba. Sin embargo, no habría sobrevivido tantos años si no fuera porque: a) ha) generado unas tasas de crecimiento económico nunca vistas en ciertos países desde los años de la reconstrucción posbélica; b) ha conseguido romper la alianza entre clases medias y clases populares de los años del keynesianismo; y c) porque se ha asegurado apoyos mucho más allá de sus máximos beneficiarios inmediatos: las grandes fortunas y las grandes multinacionales. ¿Cómo ha funcionado esta lámpara maravillosa y cómo es que se ha venido abajo?


El punto de partida es el conflicto entre capital y trabajo.
Los gobiernos de Thatcher en Gran Bretaña y de Reagan en los Estados Unidos consiguieron reducir en los años 1980 la par­ticipación de los salarios en la renta nacional (caída de cinco puntos en tan sólo diez años) y rebajarle los impuestos a los ricos (en Gran Bretaña los recortes del tipo máximo fueron espectaculares nada más llegar Thatcher al poder: del 83% al 40%). El objetivo primero era político: quebrar el poder sindi­cal, arrinconar ideológicamente a los fiscalistas frente a los monetaristas, que inician un largo asalto de las instituciones, debilitar, en definitiva, a la sociedad del trabajo. Sin embargo, por mucho que se sobreexplote la fuerza de trabajo alargando jornadas, demoliendo el poder sindical o desregulando las re­laciones de empleo, nada de esto se traduce en crecimiento y en rentabilidad empresarial cuando la demanda crece por de­bajo de la productividad. La expansión exterior de los ochen­ta fue un primer intento de solucionar esta contradicción sin tener que mejorar salarios en casa. Pero esto no era suficien­te. Demasiados países haciendo lo mismo, demasiado estre­chos los mercados mundiales para colocar tanta producción adicional, demasiada competencia entre países exportad ores.

Thatcher y Reagan alcanzaron sus objetivos políticos, pero no así sus objetivos económicos: la destrucción de la sociedad del trabajo sirvió para mejorar el lado de la oferta, pero agudi­zó el problema en el lado de la demanda.
Aunque por razones distintas, España también vive un hun­dimiento comparable de su sociedad del trabajo. Con la crisis del fordismo, el capitalismo feo creado por la tecnocracia del Opus Dei hace aguas por todas partes empujando el desem­pleo hasta los niveles más altos de la OCDE. La transición dejó intacto el funcionamiento de las empresas españolas, prorro­gando un modelo productivo escasamente innovador, marca­damente autocrático y con una alta densidad de tareas-manos incapaces de arrostrar las reconversiones que tocaban. Por otro lado, la situación política obligaba a los gobiernos de Fe­lipe González a crear un Estado del Bienestar de tipo occi­dental: había que hacer escuelas, hospitales, alcantarillados, había que montar nuevas administraciones centrales, auto­nómicas y municipales. Pero todo esto cuesta mucho dinero. ¿Cómo pagarlo cuando no se cuenta con un sistema producti­vo a la altura? En vez de intervenir en la sustancia empresarial -pública y privada- del país, el centro-izquierda optó por el banquete, todo el mundo se compra un piso, un chalet o un apartamento en la costa o en el pueblo.
camino menos comprometido: hacer que el ahorro del resto del mundo, canalizado a través del sistema financiero interna­cional, pagara el nuevo Estado del Bienestar. Aquí, en la finan­ciarización de la economía, convergen los tres países aún cuando sus situaciones políticas fueran distintas (en algunos aspectos importantes no tanto como se piensa), tres países que encabezaron la difusión del neoliberalismo por el mundo.

* * *
En el primer acto (años 80) los Estados Unidos utilizan su moneda privilegiada para hacer pagar al resto del mundo un keynesianismo de guerra destinado a doblegar a la URSS y a compensar la demanda usurpada a los trabajadores norte­americanos con la expansión del gasto militar. El Volcker Shock de 1979, un traumático aumento de los tipos de interés a corto plazo destinado a atraer rápidamente ahorro del resto del mundo y así poder financiar el keynesianismo de la pólvo­ra, arrojaría a la mayoría de los países del Tercer Mundo a la miseria durante décadas. En América Latina se paró literal­mente el reloj de la historia, se comprimió la clase media y lo que quedó de ella rompió su alianza con las clases populares. Los británicos, aprovechando la libre flotación de las monedas tras la cancelación de los acuerdos de Bretton Woods, le dan un buen empujón a los negocios offshore en la plaza de Londres (negocios finan­cieros con no residentes o también mer­cados apátridas). Son negocios que ope­ran con eurodólares; en plata: con los im­puestos que empezaba a dejar de pagar la alta burguesía de los países capitalistas desarrollados y el dinero que las oligarquías de los países ricos en materias pri­mas conseguían expatriar desde sus países al norte. En Es­paña, el segundo gobierno PSOE eleva los tipos de interés y revalúa la peseta con un objetivo económico similar: hacer que los ahorradores del resto del mundo financien su in­cipiente Estado del bienestar ("Estado del bienestar financia­rizado" ). Cientos de empresas familiares son compradas y vendidas en operaciones especulativas de buy out tras ser des­capitalizadas por compradores especializados en este tipo de despieces. Alemanes, franceses y británicos son, por este or­den, los nuevos dueños de la parte más valiosa de su tejido empresarial y sólo se salvan pocos sectores, como la maquina­ria vasca. El mismo juego especulativo se extiende a los bien­es inmuebles dando pie a la primera burbuja inmobiliaria. Son los años de Boyer y Solchaga, del dinero fácil, años de gran ingenuidad en la que cayeron no pocos intelectuales', pero años negros para la estructura productiva del país. A cambio de admitir a España en el club de los grandes deudores del mundo, los dos colosos financieros, Estados Unidos y ( Bretaña, junto a su aliado estratégico alemán, la presiona para que se quedara en la OTAN: si quieres que te adelante tu consumo tienes que hacer lo que nosotros digamos. todas las experiencias de dominio colonial y neocolonial española, la holandesa, la británica o la norteamericana) hegemonía militar ha estado fundida con la hegemonía financiera: quien quiera endeudarse hasta las cejas tiene que integrarse, con todas sus consecuencias, en la coalición militar correcta.

El primer acto acaba con la crisis de principios de los 1990 El espectacular desplome bursátil de Nueva York 1987 (de un 27%) había avisado sobre la inestabilidad financiera que se empezaba a acumular en el mundo. Los Estados Unidos tienen que hacer dos nuevas guerras, una en los Balcanes y otra en el Golfo, para legitimar el keynesianismo de guerra tras 1. inesperada disolución del Pacto de Varsovia. George Soros: consigue hundir la libra con acciones especulativas nunca vis­tas hasta entonces y los conservadores pierden Downing Street. La peseta, incapaz de soportar el peso de tan considerable gasto público sobre sus débiles pati­tas productivas, se desploma pocos meses después de la clausura de las Olimpiadas y la expo de Sevilla, dos ejemplos de keyne­sianismo civil a la vieja usanza. Además, las políticas de oferta de los ochenta no acabaron de dar frutos económicos demasiado boyantes. El Volcker Shock desenca­dena en los años ochenta la mayor rece­sión en los Estados Unidos desde el crack de 1929 así como un déficit comercial histórico. Japón sigue mejorando su compe­titividad industrial a costa de los países occidentales, la tasa de ahorro sigue bajando, el déficit público no para de crecer, la inestabilidad monetaria se hace casi crónica y los tipos de interés andan por las nubes. Pero en lo político la cosa ha fun­cionado razonablemente bien: el trabajo organizado ha sido derrotado, los ricos y las multinacionales han conseguido libe­rarse del arnés fiscal impuesto con los pactos políticos firma­dos tras la Segunda Guerra Mundial y en los Estados Unidos los ingresos del 1 % más rico han trepado del 5% en 1975 al 14% en 1989'. Además, la rentabilidad del capital financiero ha alcanzado cotas nunca vistas generando nuevas fuentes de acumulación y, lo más importante: no se ven brotes izquier­distas en el horizonte. Se ha conseguido invertir un ciclo his­tórico de dos generaciones en el que el trabajo venía acumu­lando recursos de poder, lo cual no es poco. Es un triunfo en toda regla que despeja a medio plazo la situación política para
camino menos comprometido: hacer que el ahorro del resto del mundo, canalizado a través del sistema financiero interna­cional, pagara el nuevo Estado del Bienestar. Aquí, en la finan­ciarización de la economía, convergen los tres países aún cuando sus situaciones políticas fueran distintas (en algunos aspectos importantes no tanto como se piensa), tres países que encabezaron la difusión del neo liberalismo por el mundo.
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En el primer acto (años 80) los Estados Unidos utilizan su moneda privilegiada para hacer pagar al resto del mundo un keynesianismo de guerra destinado a doblegar a la URSS y a compensar la demanda usurpada a los trabajadores norte­americanos con la expansión del gasto militar. El Volcker Shock de 1979, un traumático aumento de los tipos de interés a corto plazo destinado a atraer rápidamente ahorro del resto del mundo y así poder financiar el keynesianismo de la pólvo­ra, arrojaría a la mayoría de los países del Tercer Mundo a la miseria durante décadas. En América Latina se paró literal­mente el reloj de la historia, se comprimió la clase media y lo que quedó de ella rompió su alianza con las clases populares. Los británicos, aprovechando la libre flotación de las monedas tras la cancelación de los acuerdos de Bretton Woods, le dan un buen empujón a los negocios offshore en la plaza de Londres (negocios finan­cieros con no residentes o también mer­cados apátridas). Son negocios que ope­ran con eurodólares; en plata: con los im­puestos que empezaba a dejar de pagar la alta burguesía de los países capitalistas desarrollados y el dinero que las oligarquías de los países ricos en materias pri­mas conseguían expatriar desde sus países al norte. En Es­paña, el segundo gobierno PSOE eleva los tipos de interés y revalúa la peseta con un objetivo económico similar: hacer que los ahorradores del resto del mundo financien su in­cipiente Estado del bienestar ("Estado del bienestar financia­rizado" ). Cientos de empresas familiares son compradas y vendidas en operaciones especulativas de buy out tras ser des­capitalizadas por compradores especializados en este tipo de despieces. Alemanes, franceses y británicos son, por este or­den, los nuevos dueños de la parte más valiosa de su tejido empresarial y sólo se salvan pocos sectores, como la maquina­ria vasca. El mismo juego especulativo se extiende a los bien­es inmuebles dando pie a la primera burbuja inmobiliaria. Son los años de Boyer y Solchaga, del dinero fácil, años de gran ingenuidad en la que cayeron no pocos intelectuales', pero años negros para la estructura productiva del país. A cambio de admitir a España en el club de los grandes deudores mundo, los dos colosos financieros, Estados Unidos y ( Bretaña, junto a su aliado estratégico alemán, la presiona para que se quedara en la OTAN: si quieres que te adelante tu consumo tienes que hacer lo que nosotros digamos. todas las experiencias de dominio colonial y neocolonial española, la holandesa, la británica o la norteamericana) hegemonía militar ha estado fundida con la hegemonía financiera: quien quiera endeudarse hasta las cejas tiene que integrarse, con todas sus consecuencias, en la coalición militar correcta.

El primer acto acaba con la crisis de principios de los 1990 El espectacular desplome bursátil de Nueva York en 1987 (de un27%) había avisado sobre la inestabilidad financiera que empezaba a acumular en el mundo. Los Estados Unidos tienen que hacer dos nuevas guerras, una en los Balcanes y otra en el Golfo, para legitimar el keynesianismo de guerra tras la inesperada disolución del Pacto de Varsovia. George Soros: consigue hundir la libra con acciones especulativas nunca vistas hasta entonces y los conservadores pierden Downing Street. La peseta, incapaz de soportar el peso de tan considerable gasto público sobre sus débiles pati­tas productivas, se desploma pocos meses después de la clausura de las Olimpiadas y la expo de Sevilla, dos ejemplos de keyne­sianismo civil a la vieja usanza. Además, las políticas de oferta de los ochenta no acabaron de dar frutos económicos demasiado boyantes. El Volcker Shock desenca­dena en los años ochenta la mayor rece­sión en los Estados Unidos desde el crack de 1929 así como un déficit comercial histórico. Japón sigue mejorando su compe­titividad industrial a costa de los países occidentales, la tasa de ahorro sigue bajando, el déficit público no para de crecer, la inestabilidad monetaria se hace casi crónica y los tipos de interés andan por las nubes. Pero en lo político la cosa ha fun­cionado razonablemente bien: el trabajo organizado ha sido derrotado, los ricos y las multinacionales han conseguido libe­rarse del arnés fiscal impuesto con los pactos políticos firma­dos tras la Segunda Guerra Mundial y en los Estados Unidos los ingresos del 1% más rico han trepado del 5% en 1975 al 14% en 1989'. Además, la rentabilidad del capital financiero ha alcanzado cotas nunca vistas generando nuevas fuentes de acumulación y, lo más importante: no se ven brotes izquier­distas en el horizonte. Se ha conseguido invertir un ciclo his­tórico de dos generaciones en el que el trabajo venía acumu­lando recursos de poder, lo cual no es poco. Es Un. triunfo en toda regla que despeja a medio plazo la situación política para Las clases privilegiadas y las grandes multinacionales. En España entramos en un período de turbulencias y contradic­ciones ideológicas producto de una política económica esqui­zofrénica: intentar crear un Estado del Bienestar de tipo socialdemócrata con casi un 25% de paro y aplicando políticas neoliberales. La caída del Muro de Berlín marca el final del pri­mer acto y el comienzo del segundo.

El segundo acto lo protagonizan los nuevos demócratas nor­teamericanos que consiguen seducir al centro-izquierda euro­peo con unas tasas de crecimiento insólitas desde los años cincuenta (muchos de ellos se han incorporado al gabinete de Obama). Se hacen la siguiente pregunta: es verdad, ha llegado la hora de la demanda sin la cual el capitalismo no iniciará jamás una nueva senda de crecimiento pero ¿cómo hacer para relanzar la economía sin subir salarios, es decir, sin invertir el cambio de ciclo histórico iniciado por los neo conservadores en los años ochenta? Wall Street se ofrece voluntaria a través del Robert Rubin y del National Economic Council creado por Clinton: ¡dejad que nosotros creemos una nueva riqueza transformable en consumo sin recurrir a los salarios! Con los años la cosa acabó funcionando. El crecimiento económico se disparó en los noventa seduciendo a todos los gobiernos occi­dentales sin excepción, silenciando a todo el que hablara de las desigualdades' que estaba creando e incluso consiguió ablandar el hueso duro del capitalismo europeo: su modelo de relaciones laborales y su sindicalismo de clases.

¿Cómo consiguieron hacer funcionar esta lámpara maravi­llosa que proyectaba un escenario definitivo para las tesis del centro-derecha! centro-izquierda asentando el bipartidismo, corroyendo de forma lenta y segura a toda la izquierda occi­dental? ¿Cómo se pudo crear un orden en el que los trabaja­dores pueden gastar sin pedir subidas salariales, las clases populares quedan encadenadas al destino de la bolsa y los multimillonarios no son impugnados ni tan siquiera por las clases perdedoras? Desde luego no era suficiente con que la bolsa subiera un poco más que en los ochenta pues había mu­cho, mucho valor nuevo que crear de la nada si lo que se que­ría era dinamizar la renqueante demanda. La bolsa tenía que convertirse en el principal catalizador del crecimiento eco­nómico, en el apaciguador definitivo de la lucha de clases en El euro es sostenido por los trabajadores alemanes, franceses e italianos que no paran de producir sin ver mejoras salariales por ningún sitio mientas en España se dispara el consumo sin trabajo.

Sintonía con esas nuevas hipótesis del fin de la historia que circulan tras la caída del Muro. Los asesores de Clinton nos revelan el secreto del circulo virtuoso de Wall Streer: "créense las condiciones (fiscales y monetarias) para que los muy ricos le den un empujón cualitativo a la bolsa, para que provoquen una especie de big bang en Wall Street. Contrólese la inflación por encima de todo y bájense los tipos de interés. Los ricos deben hacerse más ricos jugando a la bolsa, pero aunque efec­tivamente es difícil hacerles gastar aún un poco más en bar­cos, villas y obras de arte, no se preocupen: con que se gasten un 4% de las nuevas plusvalías generadas se producirá un efecto multiplicador. No será muy importante pero servirá pa­ra crear puestos de trabajo -mal pagados- para futuros parti­cipantes en el juego de la bolsa. Esto provocará un empuje de­finitivo en Wall Street, una escalada definitiva y sostenible. Rebajémosles, pues, los impuestos aún más a los ricos. Al ser dinero que habrían tenido que entregar de todas formas al fisco, pueden emplearlo en negocios arriesgados sin poner en peligro su fortuna". Los nuevos demócratas lo toleran todo con tal de que la bolsa suba rápidamente: que las empresas ma­quillen balances con nuevas técnicas de contabilidad, que no existan agencias de evaluación independientes, que se acepte el refugio de grandes fortunas en centros off shore (11,5 billo­nes de dólares hacia el año 2000) y que aumenten las desigual­dades sociales a escala planetaria hasta límites tenidos por imposibles? La difusión del punto como debería hacer el resto: contribuir a elevar la productividad del trabajo ya darle un so­porte firme a la milagrosa burbuja especulativa.

Todo esto desencadenó un juego cada vez más arriesgado, destructivo y frenético con la esperaza de que dejara dividendos para sectores am­plios de las poblaciones del norte. Es­tos dividendos, que no acierta a iden­tificar la izquierda, son fundamentales para entender la hegemonía del neoliberalismo, su sor­prendente estabilidad política. Hacia mediados de los noven­ta las clases medias son invitadas al banquete y hacia el final de la década lo son las clases populares. La privatización de los seguros sociales y de las pensiones obligó a cada vez más tra­bajadores a capitalizar sus ahorros en bolsa quedando así en­cadenados a su juego, a sus brockers y a sus timadores. Sus ahorros fueron captados por los grandes inversores institucio­nales que prometían "hacer trabajar a su dinero", multiplicar su consumo futuro sin tener que mover un solo dedo. ¿Quién no se va a prestar a este juego irresistible? ¿Cómo no va a ser desplazada la racionalidad por la apuesta, por la cultura de la suerte y por el irracionalismo consumista cuando la parece brotar de una lámpara maravillosa? El segundo el del aumento rasante de la capitalización bursátil, de aumento en vertical de los índices bursátiles, del crecimiento, unos productos financieros cada vez más arriesgados ( y opciones derivadas), de los mercados nada o cada, nos regulados (mercados OCT: over the counter), de acción de nuevos actores dedicados a convertir cualquier en activos negociables, el). nuevas mercancías fina (titulización). Se supone que la fiesta puede continuar 1 infinito con tal de que la inflación esté controlada, e nadie piensa ya realmente en el largo plazo. La rápidación de aranceles, la creación de la Organización Mundial del Comercio en 1995, las inversiones masivas en China, empleo de niños para producir artículos en régimen de esclavitud para el consumo del norte, la creación del NAFTA expansión de las maquilas o la afluencia masiva de inmigrantes al norte para hundir aún un poco más los salarios, o se une a una única lógica simple y mecánica de la que sin embargo, depende todo el sistema de reproducción p( del norte: bajar los precios para que la fiesta continúe que sea el trabajo y las vidas que destruya. Son los años del nuevo laborismo en una Gran Bretaña exultante de actividad financiera, de la multiplicación de las ONGs y de la caridad un norte con cada vez peor conciencia, los años de Izquierda desnortada y a la defensiva. También son los años
la privatización de las últimas empresas públicas española (Telefónica, Repsol, Endesa e Iberia que son vendidas en bolsa para vertirlas en carnaza para los grandes inversores internacionales siguiendo, el modelo de shareholder valué (participación de las inversiones institución en los consejos de administración frente a los inversores domininantes Todas las empresas, hipercapita das gracias a la lámpara maravillosa, inician una agresiva penetración en América Latina gracias a su meteórico crecimiento bursátil.

Pero también el segundo acto tuvo su fin. El neoliberalismo es esencialmente inestable pues trastoca las grandes proporciones entre producción y consumo. En concreto se estreno contra la crisis del punto com, pero debajo había más que una simple caída de la bolsa, había todo un sistema de reproducción social en peligro. La generalización de las prácticas creatividad contable hizo cada vez más difícil saber hasta que punto las Nuevas Tecnologías contribuían realmente a incrementar la productividad o hasta qué punto eran un farol más


Ahora nadie sabe dónde está el valor objetivo y dónde acaban los valores ficticios, dónde empieza la solvencia y dónde termina el maquillaje.
para vender mejor las acciones en bolsa. Nadie sabía nada realmente porque todos se habían especializado en borrar el contenido objetivo de sus propios balances con el fin de hacer atractiva a su empresa: hacia finales de los noventa la mayor parte de los activos de las empresas no guardan ya apenas re­lación con la realidad empírica. El valor de las empresas inclu­ye cada vez más cosas tales como activos de marca, royalties, depreciaciones calculadas de forma arbitraria, activos anota­dos en balances paralelos -legales e ilegales- etc.8 En realidad, el segundo acto terminó el 11-S con los aviones estrellados contra las Torres Gemelas. Era la hora de los republicanos, que consiguen evitar la recesión metiendo irresponsablemente la directa: reduciendo bruscamente los tipos de interés con tal de alargarle la vida a un juego de ruleta desbocado, ya próximo al colapso. La fórmula: ra­dicalizar aún más todavía la política de financiarización, fomentando todavía más la negociación de productos de riesgo, como los fondos hedge cuyo valor se multiplica por cinco en seis años, titularizando -es decir mercantilizando- nuevos productos, como son esas deudas tan especiales contraídas por gente pobre para pagar bienes inmuebles...
* * *
Los bienes inmuebles son los protagonistas del tercer acto.
España es el campeón en este negocio tan especial y no es casual que se convirtiera en el nuevo héroe, en el adelantado en la tercera fase de la representación. La política española de fomento de la adquisición de viviendas y de creación de mu­chos pequeños propietarios de bienes inmuebles ya viene de los tiempos de Franco y el Partido Popular la desempolvó nada más tomar el poder en la segunda mitad de los noventa. A pe­sar de las campañas masivas para asustar a la población y con­vencerla de que los planes públicos de pensiones no son via­bles por razones demográficas, a pesar de la subida de la bol­sa, de la publicación diaria de noticias bursátiles destinada a crear un sistema financiero con participación popular como el de los países anglosajones. A pesar de la desgravación fiscal de los beneficios obtenidos de las plusvalías bursátiles, de la nueva carnaza de empresas privatizadas arrojada al mercado, sigue habiendo pocas familias en España con economías real­mente encadenadas a la bolsa: un billón de euros de activos financieros hacia el año 2000 que no acaba de aumentar real­mente. Estos activos están concentradas en el segmento de los "dentists & doctors": los profesionales liberales de alto están­ding que en los Estados Unidos pueden ser un millón debido al gran negocio que representa un sistema sanitario privado', pero que en España no son muchos más que algunos miles. Algunos coquetean con renta variable, la clase media compra planes de pensiones pero todo ello es insuficiente para todo lo que se espera de la bolsa: crear consumo sin trabajo, hacer de lámpara maravillosa. Sin embargo España es un país de mu­chos propietarios de activos inmobiliarios (casi cuatro billo­nes de euros hacia 20031°). Es verdad: también en Gran Bre­taña suben de forma vertiginosa las viviendas entre 1994 y 2005 (un 120%), en los Estados Unidos la cosa tampoco es despreciable (aumento del 70%) y el mundo que abre exce­lentes perspectivas para la creación de un capitalismo popular inmobiliario basado en principios idénticos al que rigen el sistema finan­ciero popular, pero aparentemente más sólido, queda respaldado por unos bienes raíces relativamente bien distri­buidos. El crecimiento de unos activos inmobiliarios mejor repartidos capitalizan de la noche a la mañana las eco­nomías domésticas sin necesidad de subir salarios, de revolu­cionar un sistema productivo sin inventiva, de luchar contra la precariedad laboral, de incrementar la productividad y equili­brar la balanza comercial, en plata: sin reducir el endeuda­miento. Las escrituras reflejan un valor patrimonial en cons­tante crecimiento que permite respaldar un endeudamiento familiar destinado a comprar una segunda residencia, un co­che nuevo, a arreglar la cocina o a cambiar un piso en una ba­rriada obrera por un adosado en una zona de clase media con colegio privado concertadito para los hijos: tres billones de euros en créditos destinados a estos menesteres en 2003.

La ley del suelo de 1997 es el big bang del tercer acto, versión española. Todo el país se convierte en urbanizable, las promo­toras ponen encima de la mesa la creación de puestos de tra­bajo en un país hambriento de empleo y con la mayor tempo­ralidad de Europa y las elites patrioteras del Partido Popular no tienen ningún escrúpulo en legislar para que literalmente se machaque el país que tanto dicen amar: su paisaje, sus ciu­dades y pueblos, su naturaleza, sus costas. Son los años de la edad de oro de la derecha hortera, la oportunidad de persona­jes como Jesús Gil o Zaplana especializados en hacer que seg­mentos amplios de la población pillen tajada mientras todos miran a otro lado para no ver una destrucción casi tan grande como la de una guerra. Cuando en los Estados Unidos estalla la burbuja punto com, que había soportado la creación de valor de los noventa, muchos bancos de inversión como el desaparecido Lehman Brothers canalizan miles de millones de inversiones hacia activos inmobiliarios españoles catapultando
los precios un poco más hacia arriba, y llegan a crecer hasta un 17% en un sólo año. Ciertamente parece difícil en­contrar un negocio más rentable en el mundo. Es una econo­mía especulativa aún más radical, aún más falta de escrúpu­los, aún más lucrativa y más mentirosa para con todo: con los balances de las empresas que la alimenta o con la definición de los principales enemigos en el mundo y en la mentira de las Azores queda de nuevo escenificada la fusión entre milita­rismo y finanzas. Pero también es más popular, aún mucho más destructiva pues aquí se destruye riqueza inmueble que, por lo demás, no es del todo cuantificable con sistemas de contabilidad de tipo capitalista. Todos quieren participar en el banquete, todo el mundo se compra un piso, un chalet o un apartamento en la costa o en el pueblo. Es una inversión de futuro en un país sin seguridad laboral ninguna y un merca­do de trabajo por los suelos que se parece mucho a lo que hacen las clases populares norteamericanas y británicas a las que no les queda más remedio que jugarse sus ahorros en la especulación ¿se les puede culpar de ello? La burguesía finan­ciera e inmobiliaria ha encontrado sólidos aliados entre las clases medias e incluso entre sectores de las clases populares que antes votaban a la izquierda ¿pero son las clases popula­res responsables de esta situación? El que diga que sí le esta­rá haciendo la cama a la ultraderecha.

Recordemos, sin embargo, que hay una condición esencial para que todo esto se mantenga en pie: la estabilidad moneta­ria. La peseta había sido incapaz de soportar el edificio pero a partir del 2000 se ha incorporado al poderoso euro, con lo cual puede seguir la fiesta, la maravillosa lámpara hispana creado­ra de valor. El euro es sostenido por los trabajadores alemanes, franceses e italianos que no paran de producir sin ver mejoras salariales por ningún sitio mientas en España se dispara el consumo sin trabajo, prolifera la borrachera del consumo y el déficit de la balanza comercial alcanza los niveles más altos del mundo en términos porcentuales (más del 10% del PIE en 2007 frente al 3% al inicio del segundo acto, en 1992). Es impo­sible, completamente imposible avanzar hacia la integración real de Europa con balanzas comerciales tan desiguales. Pero incluso entre las grandes economías exportado ras europeas el neoliberalismo crea inseguridad: ¿no habría que imitar el modelo español-anglosajón que crece casi al doble que nos­otros, no habría que dejar de lado la sustancia productiva del capitalismo renano y olvidarse para siempre de la sociedad del trabajo? Los sindicatos están desconcertados viendo como los prívate equíty funds compran las empresas más emblemáticas del capitalismo continental y las revenden después de reven­tadas. La especulación contagia a toda Europa donde también crece la demanda de productos financieros de alto riesgo (los hedge un 700% entre 2000 y 2005) ...

Pero también el tercer acto llegó a su fin, esta vez definitiva­mente. Por mucho que digan los monetaristas: la economía no es pura preferencia, no es pura confianza, no es pura subjeti­vidad. La economía tiene siempre un sustrato definido por un equilibrio objetivo entre producción y consumo, por la generación y el reparto del excedente entre clases sociales: no ha' lámparas maravillosas. La creación de valor sin trabajo es un quimera tan imposible como la posibilidad de mantener un crecimiento indefinidamente a costa de los salarios. La bolsa no es más que una reclamación de riqueza futura, de riqueza que aún nadie ha creado a cambio de un título de propiedad, de forma que siempre hay alguien que tiene que producir lo que reclaman cada vez más rentistas. El capitalismo siempre tiende a reducir los salarios frente a la productividad y el capi­talismo financiero tiende a multiplicar los que reclaman ri­queza futura frente a los que la generan efectivamente. Pocos trabajadores para tantos rentistas y un solo burro cargando con demasiados viajantes. Al final siempre hay alguien que se baja el primero: cuando el burro da síntomas de no poder seguir cargando con todos los rentistas bursátiles e inmobilia­rios del mundo que quieren viajar sin man­charse los pies, sin trabajar.

Entonces viene la desbandada. Ni siquiera la guerra contra Sadam pudo impedir la subi­da de los precios del crudo a medio plazo. La inflación empezó a dar síntomas preocupantes y la especula­ción con futuros petroleros la atizó aún un poco más. Los tipos subieron y ahí empezó el principio del fin. La burbuja inmobi­liaria empezó a deshincharse, y con ello el sus trato material del tercer acto, pues de los incrementos del precio de las vi­viendas dependía toda la cadena. En los Estados Unidos las clases populares no tienen patrimonio propio que soporte el endeudamiento, no tienen parientes solidarios con pisos que puedan avalar su deuda en momento de necesidad, no existe el comunismo familiar que tenemos en España. Se les conce­dieron hipotecas no respaldadas por su trabajo pero sí por el incremento incesante del precio de los bienes inmuebles que era lo único que podía respaldar una crecida de tipos por medio de la renegociación de las hipotecas. Las instituciones financieras habían convertido toda esa deuda hipotecaria en activos negociables, es decir, en valores comercializables (titu­lización) mezclándolos con hipotecas contraídas por clientes solventes para mejorar su imagen y confundir al comprador final de la deuda que ya no sabía realmente qué estaba com­prando. Es el problema que lleva implícita la reducción de la intermediación bancaria: ya no hay nadie que responda direc­tamente por un crédito, las deudas se compran y se venden y nadie sabe ya quién es el verdadero endeudado: si un autóno­mo que subsiste arreglando cañerías o un gran potentado de Chicago. Los gobiernos habían permitido manipular los ba­lances, hacer dobles contabilidades con tal de que las institu­ciones financieras pudieran mejorar su imagen y revaluarse en bolsa, con tal de que pudieran prestarse dinero entre ellas. y ahora nadie sabe ahora dónde está el valor objetivo y donde acaban los valores ficticios, dónde empieza la solvencia y dónde termina el maquillaje. Todos han hecho las mismas tram­pas y todos se reconocen mutuamente como infractores, con lo cual nadie se fía de nadie. La cosa estalló en la primavera de 2008 con el banco de in­versión Bear Stears, el quinto de los Estados Unidos y el se­gundo broker del país. Había concentrado todo su negocio en comprar y vender paquetes de deuda hipotecada mezclada cuyo valor real era imposible de objetivar. El negocio consis­tía en tomar prestado dinero a corto plazo a bajo interés y bajos tipos de interés y prestar a lama plazo a altos tipos de interés en forma de hipotecas para obtener un beneficio o spread del diferencial entre ambos tipos. Con el fin de poder financiarse a corto, la empresa necesitaba cuidar escrupulo­samente su imagen de solvencia, pero una mañana se corrió el rumor de que había pe­dido medicina a la Reserva Federal. Los acree­dores, las instituciones financieras que prestaban a corto plazo, exigieron la devolución inmediata de sus créditos y todo se derrumbó como un casti­llo de naipes. Lo específico de esta crisis, sin embargo, es la combinación entre crisis financiera y sobre acumulación cró­nica a nivel planetario nacida de un aumento extraordinario de las capacidades productivas en zonas que hasta ahora no formaban parte de la esfera capitalistas del planeta y en un contexto de estancamiento de los salarios a nivel mundial. Se puede decir que es la primera crisis auténticamente planeta­ria y global tal y como fue descrita por los clásicos del socia­lismo en el siglo XIX.

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¿Y en España? Las prácticas contables permisivas no están tan extendidas, pues la crisis bancaria de principios de los noventa ya condujo a un aumento de la supervisión bancaria. El problema de España es todo ese valor materializado en bienes inmuebles que ahora no encuentran comprador y que han dejado una honda estela de destrucción irreversible. Los precios de la vivienda que se hundieron en 1929 en los Estados Unidos no volvieron a recuperarse en términos reales hasta 30 años después y hay más de un economista que calcula caídas de un 30% de su valor para empezar a tocar fondo. Una situa­ción parecida se ha dado en Japón, que cayó en la tentación de la especulación con bienes inmuebles y aún no ha podido su­perar las secuelas del crack de finales de los ochenta. A estas alturas del siglo XXI parece difícil seguir viviendo del ahorro externo para montar Estados del bienestar, pagar guerras basadas en mentiras o modernizarse a costa del vecino. Hay que volver a un mundo en el que se produzca antes de gastar, en el que el trabajo esté repartido de forma proporcional entre todos los países en función de su población. Revitalizar la sociedad del trabajo en España es realizar reformas profundas en su tejido productivo, elevar la masa de ocupaciones dispo­sitivas (tareas cabeza) frente a las ocupaciones ejecutivas (ta­reas manos), dignificar el trabajo en las empresas (mejora de las condiciones de empleo, mejoras salariales) y revisar la divi­sión internacional del trabajo. Esto no va a ser posible sin una democratización de los procesos de toma de decisiones en las empresas, sin una modificación sustancial de la correlación de fuerzas entre capital y trabajo (democracia en la empresa). Si es el trabajo y no la renta financiera o inmobiliaria lo que vuelve a ser reconocido como la principal fuente de riqueza, esto tendrá, antes o después, dramáticas consecuencias teóri­cas, ideológicas y también políticas.

No es sólo volver a Key­nes, es también volver a Marx. Antes o después cambiará la distribución primaria (relación entre rentas del capital y ren­tas del trabajo) y la distribución secundaria (los impuestos generarán distribución de arriba a abajo y no de abajo a arri­ba: el gobierno de Gordon Brown en Gran Bretaña ya lo está haciendo y Obama tendrá que seguir sus pasos). El acerca­miento entre clases medias instruidas y clases populares po­drá fraguarse de nuevo y las mayorías políticas empezarán a cambiar. La racionalidad social y macroeconómica (idea de país, cultura de los espacios compartidos, primado del interés general frente al interés particular excluyente, economías de toda la casa") tenderá a imponerse frente a la racionalidad macroeconómica (rentabilidad empresarial como
para construir una economía nacional, agentes atomizó compiten entre sí hasta el infinito, individualismo etc.). Pero también hay que abordar la reestructuración sectorial de la economía española y esto no será posible si visan las grandes políticas europeas. El sector inmobiliario y del automóvil, por ejemplo, tienen que perder su apabullante dominio económico, la inversión tiene que canalizar otras actividades vinculadas a la reconversión energética y transportes, a la reconversión social, hacia la investiga desarrollo y, en general, hacia el fomento de sectores densidad de tareas manos. Más del 40% de todos los licenciados españoles realizan trabajos cuya complejidad { debajo de sus conocimientos: hay millones y millones celulas grises desaprovechadas en el país que lo único que hacen es frustrar a sus propietarios. Ahora, con la disculpa de Bolonia es frustrar se intenta reducir su número, bajar el nivel de las universidades españolas, pues enseñan demasiado a los ciudadanos; un "demasiado" que sale caro y no se vende en el mercado de cutrerío empresarial.

Un gran programa de instalación mantenimiento de sistemas energéticos descentralizados en la creación de energía fotovoltaica, por ejemplo, generar miles y miles de puestos de trabajo de un contenido dis­positivo relativamente alto a lo largo de varias generaciones. Pero esto obligaría a reducir el poder de las grandes empresas eléctricas interesadas en sistemas energéticos centralizados. El sector del automóvil y todas las infraestructuras asociadas a él debería reorientarse hacia la fabricación de sistemas e infraestructuras de transporte colectivo (autobuses de diferentes tamaños, auto­móviles privados modulares que admi­ten usos colectivos, sustitución del pe­tróleo por la alimentación eléctrica etc.). La sanidad, la educación y la protección social son grandes generadores de empleo cualificado que pueden destinarse a satisfacer muchas necesidades que aún no están cubiertas. Esto no reduciría si­no elevaría la productividad social al tiempo que dignificaría las condiciones de vida de muchos ciudadanos. El sector pú­blico ha sido históricamente el gran generador de empleo cua­lificado en Europa y en España en particular, y de él se han beneficiado de forma más que proporcional las mujeres. No hay nada que apunte a un cambio en esta dinámica, al menos hasta que la transición política no pase por las empresas espa­ñolas. Por lo demás, es imposible que se generen puestos de trabajo orientados a alimentar los circuitos económicos loca­les y regionales si no se establecen mecanismos para equili­brar las balanzas comerciales en Europa y en el mundo. No puede ser que los alemanes, los franceses y los italianos lo piensen todo para el resto del continente. No puede ser que las capacidades dispositivas se sigan concentrando en unas zonas muy reducidas de Europa y que el resto del continente se limite a ejecutar planos, ideas y decisiones tomadas en tres o cuatro capitales.

No puede ser que Europa siga siendo una sucesión de periferias productivas manuales alrededor de unos cuantos centros decisorios. Es imposible construir Europa de esta forma. El aumento de los gastos en 1 & D no va a venir de la mano de las empresas manos, pues éstas ganan mucho dinero vendiendo trabajo sin cualificar: no, no va a venir de la mano del mercado. La sociedad, a través de sus representantes, o de forma directa, tiene que empezar a participar en las grandes y pequeñas decisiones económicas y empresariales. El Estado y las administraciones locales tienen que asumir un papel central en la democratización de la economía a través de los consejos económicos y sociales en la elevación del contenido y dispositivo del tejido laboral y en la reconversión sectorial que tiene que ir unido a ella. La sustitución del trabajo por la renta generará una re definición radical de los flujos económicos en el mun­do, en Europa y en España en particular. Esto abrirá un proce­so de acumulación de fuerzas y recursos de poder para la izquierda. Con las alforjas llenas y asentadas, se podrá ir pen­sando en metas socialistas más ambiciosas. Intentar hacerla antes de llenarlas es caer en un radicalismo verbal que no lleva a ninguna parte. Más bien al lugar contrario: a desacre­ditar la más que necesaria salida socialista a los problemas del mundo.
Armando Fernández Steinko es economista, profesor y colaborador habitual de El Viejo Topo.

Notas
1. A. Fernández Steinko: Izquierda y republicanismo: el salto a la re fundación. Foca, Madrid 2009 (en vías de publicación).
2. Paradigmático en este sentido: Luis Racionero: Del paro al ocio. Anagrama, Barcelona 1983 que conoció numerosas reediciones. 3. G. Arrighi "Comprender la hegemonía-2", en New Left Review (versión española) no33, 2005
4. R. DuménillD.Levy: "Finance and Management in the Dyna­mics of Social Change: Contrasting Two Trajectories-US and France". http://www.jourdan.ens.fr/levy / dle2007b. pdf
5. Fernández Steinko, A.: Actualidad y sociología política de la estrategia corporativa (1 y lI). En mientras tanto números 83 y 84, 2003
6. B.Bluestone/B.Harrison: Prosperidad: Por un crecimiento con equidad en el siglo XXI. FCE, México 2001, pp.125ss.
7. R. Murphy: "The price of Offshore". Tax Justice Network" briefing paper, 2005, cit. en: L. Assasi et al: Global Finance in the New Cen­tury. Palgrave, Nueva York 2007.


8. R. Palan/R.Murphy: "Tax, Subsidies and Profits: Business and the Modern State, en: L. Assasi (op. cit.)
9. S. Schulmeister: "Finanzspekulation, Arbeitslosigkeit und Staatsverschuldung", en: L Huffschmidt et al. (eds.): Finanzinvers­toren: Retter oder Raubritter?VSA, Hamburgo 2007.
10. O. Carpintero/J. M. Naredo/C. Marcos: "El patrimonio en vivienda y su distribución regional" en: http://habitat.aq.upm.es/
. ,. boletin /n34 /ajnar.html#2
n. J. O. Bover et al.: "La situación patrimonial de las familias es­pañolas: una comparación macroeconómica con Estado Unidos, Italia y el Reino Unido". Boletín Económico del Banco de España, 4/2005 y Davis et al.: The World Distribution of Houshold Wealth. World Institute for Development Economic Research-United Nations University, Helsinki 2006.
12. J.Huffschmidt: "Internationale Finanzmarkte, Entwicklung, Akteure", en: J. Huffschmidt et al. (eds.): Finanzinverstoren: Retter oder Raubritter?VSA, Hamburgo 2007

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